Hace años, mi esposa y yo decidimos echar un vistazo a una cultura que creíamos conocer bien en base a los libros de historia, las noticias, las series de televisión y las películas que veíamos en la República Dominicana. Y así, hace treinta años, junto con nuestra única hija en ese momento, nos embarcamos en un viaje que nos trajo a los Estados Unidos para hacer de esta tierra extranjera nuestro nuevo hogar, un lugar donde pudiéramos cumplir y vivir nuestro "Sueño Americano".
Mi esposa, aunque nació en Estados Unidos, se crió en la República Dominicana, el lugar donde nos conocimos, donde fuimos a la escuela y nos casamos. El único lugar que realmente conocía, el lugar donde fui solo uno entre muchos, con una herencia cultural que se remonta a 1492, y tradiciones y costumbres heredadas de los españoles, africanos esclavizados e indígenas de la Isla Española.
A lo largo de estos treinta años me he dado cuenta de que la historia de mi familia, de cómo y por qué dejamos nuestro país de origen, no es muy diferente a la historia de los millones de inmigrantes que nos han precedido desde la fundación de este país. Inmigrantes de todos los rincones del mundo, más recientemente de América Latina. También nos hemos dado cuenta de que para aprender, conocer y apreciar a personas diferentes a nosotros, tenemos que mirar más allá de la televisión, los medios y nuestras nociones y prejuicios preconcebidos que, en la mayoría de los casos, representan una versión distorsionada de la realidad.
Nuestro viaje ha sido inmersivo y, a lo largo de estas tres décadas, nos hemos enamorado de Estados Unidos, de su gente y su cultura, que incluye los diversos pueblos y culturas que conforman este gran país.
Aprender a rezar en inglés y formar parte de la parroquia católica St. Mary en Elyria, OH, nos dio una idea de la religiosidad y espiritualidad Católica estadounidense. Provenir de un lugar donde la mayoría de la población se identifica como católica y convertirse de la noche a la mañana en una minoría denominacional nos dio una mejor apreciación de nuestra herencia Católica. Al mismo tiempo, conocer a personas de otras denominaciones cristianas nos desafió a aprender más sobre nuestra propia fe.
Gracias a nuestra inmersión cultural, llegamos a apreciar que los diferentes países latinoamericanos tienen sus propias devociones y formas de adoración. Aprendimos que Roma y la República Dominicana no eran los centros del mundo Católico.
Nos enamoramos especialmente de la diáspora Mexicana a través de sus tradiciones, celebraciones y su gran espiritualidad y amor por la madre de Dios, Nuestra Señora de Guadalupe.
Y después de salir a la superficie después de esta inmersión cultural, apreciamos aún más el hecho de que a pesar de venir de diferentes rincones del mundo, hablar diferentes idiomas y adorar a Dios según nuestras propias tradiciones, es el mismo Dios a quien adoramos, y que como hermanos y hermanas en Cristo, todos debemos llegar a conocernos, amarnos y aceptarnos unos a otros.
Years ago, my wife and I decided to take a first-hand look at a culture we thought we knew well based on the history books, news, TV sitcoms and motion pictures we consumed back in the Dominican Republic. And so, 30 years ago, along with our only daughter at the time, we embarked on a journey that brought us to the U.S. to make this foreign land our new home, a place where we could fulfill and live our "American Dream."
My wife, though a U.S. citizen, was raised in the Dominican Republic, the place where we met, attended school and got married. The only place I really knew, the place where I was just one of millions, with a cultural heritage that dated back to 1492 and traditions and customs inherited from the Spaniards, enslaved Africans and indigenous people of the Island of Hispaniola.
Throughout these 30 years I’ve come to realize that the story of my family, of how and why we left our home country, is not much different than the story of the millions of immigrants that have preceded us since the founding of this country, immigrants from every corner of the world, most recently from Latin America. We have also realized that to learn about, know and appreciate people of different stripes, we have to look beyond TV, other media and our preconceived notions and prejudices that more often than not portray a distorted version of reality.
Our journey has been an immersive one, and throughout these three decades we have fallen in love with America, with its people and culture, which includes the diverse peoples and cultures that make up America.
Learning to pray in English and becoming part of St. Mary Catholic Parish in Elyria, Ohio, gave us an insight into the Catholic American religiosity and spirituality. Coming from a place where most of the population identifies itself as Catholic and becoming overnight a denominational minority gave us a better appreciation for our Catholic heritage. At the same time, getting to know people of other Christian denominations challenged us to learn more about our own faith.
Thanks to our cultural immersion, we came to appreciate that different Latin American countries have their own devotions and ways of worshipping. We learned that Rome and the Dominican Republic were not the centers of the Catholic world.
We especially fell in love with the Mexican diaspora through their traditions, celebrations and their great spirituality and love for the mother of God, Our Lady of Guadalupe.
And after coming up to the surface from this cultural dive, we realized that despite coming from different corners of the world, speaking different languages and worshiping God according to our own traditions, it is the same God whom we adore. As brothers and sisters in Christ we are all to get to know, love and accept each other.
— Deacon Hector J. Donastorg, is the Director of Hispanic Ministry for the Archdiocese of Mobile. He may be emailed at [email protected]