Este año, el final del verano se sintió en cierto sentido como la primavera; la vida empezó a surgir y a brotar desde dentro de nuestros hogares, después de un periodo de hibernación que se ha extendido por más de seis meses y que aún no termina del todo.
El relativo resurgir de la vida, muchas veces de forma virtual, a pesar de las tragedias que muchos hemos experimentado como consecuencia del invierno en que el COVID-19 nos ha sumergido, es motivo de esperanza. El ver los rostros de nuestros hermanos parcialmente cubiertos con mascarillas cuando participamos en la Liturgia Eucarística, nos da la esperanza de que, con la ayuda de Dios, el invierno pandémico por el que todos estamos atravesando está llegando a su fin.
Las actividades y tareas del Ministerio Hispano también están retoñando. Hace unas pocas semanas terminamos de impartir de manera virtual, a través de la Escuela de Formación San Juan Diego, un curso de diez semanas sobre el Concilio Vaticano II. También apenas hemos empezado un nuevo curso acerca del Catecismo de la Iglesia Católica; este curso tendrá una duración de veinte semanas y está dividido en cuatro módulos donde estudiaremos cada una de las partes que componen el catecismo.
El verano nos agarró teniendo juntas virtuales, pero desde agosto empezamos las reuniones en persona con las diferentes comunidades de nuestra Arquidiócesis, aunque manteniendo el distanciamiento físico.
Hemos estado muy activos hablando con los hombres hispanos de la Arquidiócesis que han sentido el llamado de servir a Cristo y a su Iglesia como diáconos, a través de charlas informativas a lo largo y ancho de nuestra Arquidiócesis.
Parece ser que, por el momento, la nueva normalidad es híbrida, es una combinación de verse de lejos, a través de una pantalla o monitor de computadora, pero también de compartir en persona, mirando solamente la mitad superior del rostro de nuestros hermanos a dos metros de distancia; es enviarse saludos y abrazos a distancia, pero abrazos que se sienten bien fuertes. Algo que no ha cambiado desde toda la eternidad es el amor de nuestro Dios, y esa normalidad inmutable debe darnos la fuerza para seguir con la misión evangelizadora que nos ha encomendado.
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This year, the end of summer felt in a way like spring; life began to emerge and sprout from our homes, after a period of hibernation that lasted for more than six months and is not yet fully over.
The relative resurgence of life (often virtually), despite the tragedies that many of us have experienced due to COVID-19, is cause for hope. Seeing the faces of our sisters and brothers partially covered with masks when we participate in the Eucharistic Liturgy give us the hope that, with God’s help, the pandemic winter that we are all going through is coming to an end.
The activities and tasks of the Hispanic Ministry are also emerging. A few weeks ago, we finished teaching virtually, through the San Juan Diego Formation School, a 10-week course on the Second Vatican Council. We have also just started a new course on the Catechism of the Catholic Church, which will last 20 weeks and is divided into four modules where we will study each of the parts that make up the catechism.
This summer we had virtual meetings, but since August, we have been meeting in person with the different communities of our archdiocese, while maintaining social distancing.
We have been actively talking to Hispanic men who have felt called to serve Christ and His Church as deacons, through informative talks throughout our archdiocese regarding the new Diaconate formation program in Spanish.
It seems that, for the moment, the new normal is a hybrid; it is a combination of seeing our brothers from afar, through a computer or phone screen, but also of sharing in person, looking only at the upper half of our brothers’ faces from six feet away. It’s sending greetings and hugs from a distance, but hugs that still feel very strong. Something that has not changed since the beginning of time is the love of our God, and that unchanging normal should give us the strength to continue with the evangelizing mission that He has entrusted to us.
— Deacon Hector J. Donastorg, is the Director of Hispanic Ministry for the Archdiocese of Mobile. He may be emailed at [email protected]